El cometa interestelar 3I/ATLAS, un visitante celestial procedente de más allá de nuestro sistema solar, tiene desconcertados a los astrónomos. Si bien inicialmente ofrecía pistas tentadoras sobre su lugar de nacimiento, este enigmático objeto ahora presenta un misterio confuso: la posible destrucción de información clave de identificación por parte de los rayos cósmicos a lo largo de miles de millones de años.
Descubierto en julio, 3I/ATLAS llamó rápidamente la atención debido a una concentración inesperadamente alta de dióxido de carbono (CO2) dentro de su coma: una nube arremolinada de gas y polvo que envuelve el núcleo del cometa. Este nivel de CO2 era al menos 16 veces mayor que el de los cometas típicos encontrados dentro de nuestro sistema solar, lo que lo convierte en uno de los cometas más ricos en CO2 jamás observados. Algunos científicos teorizaron que esta composición inusual podría indicar la naturaleza única del sistema estelar del que se originó 3I/ATLAS, o incluso insinuar orígenes extraterrestres.
Sin embargo, una explicación más sencilla puede residir en el implacable aluvión de rayos cósmicos de alta energía que bombardean el espacio interestelar durante eones. Romain Maggiolo y sus colegas del Real Instituto Belga de Aeronomía Espacial proponen que esta meteorización cósmica podría ser responsable de la peculiar abundancia de CO2 de 3I/ATLAS.
“Para objetos como cometas u objetos interestelares, el bombardeo de rayos cósmicos tiene un efecto sorprendentemente profundo”, dice Maggiolo. Si bien a menudo se las considera un proceso secundario debido a su naturaleza gradual, a lo largo de miles de millones de años, estas partículas descomponen las moléculas dentro de la superficie helada del cometa, generando fragmentos reactivos que se recombinan y transforman la composición química del propio hielo.
Para validar su teoría, los investigadores compararon las observaciones de 3I/ATLAS con experimentos de laboratorio. Estos bombardeos simulados de rayos cósmicos sobre agua y hielo de monóxido de carbono, que se cree que son análogos al hielo de los cometas, recrearon patrones de producción de CO2 similares observados en 3I/ATLAS. Además, produjeron un residuo rojo distintivo rico en carbono, otro rasgo que coincide con la apariencia del cometa.
Este mecanismo propuesto presenta un desafío importante para desentrañar los secretos de 3I/ATLAS y su origen. La alteración de los rayos cósmicos podría haber borrado información crucial incrustada en la estructura del cometa, borrando efectivamente la huella cósmica que esperábamos descifrar. Anteriormente, los cometas interestelares como 3I/ATLAS se consideraban cápsulas del tiempo prístinas que conservaban detalles sobre sus lugares de nacimiento y ofrecían información invaluable sobre sistemas estelares distantes. Sin embargo, esta nueva comprensión requiere cautela al interpretar lo que estos viajeros pueden revelar.
Aunque se ha descartado una misión de muestreo directa debido a la rápida trayectoria del cometa a través de nuestro sistema solar, hay un rayo de esperanza. A medida que 3I/ATLAS se acerque al Sol en los próximos meses (desapareciendo brevemente de la vista de la Tierra antes de reaparecer en diciembre), el intenso calor podría derretir suficiente hielo superficial para exponer material prístino protegido del bombardeo de rayos cósmicos.
Esta tentadora perspectiva depende de la cantidad de hielo ya perdida desde su entrada en nuestro sistema solar y del espesor de esta corteza helada, factores actualmente desconocidos. Además, las próximas observaciones con telescopios terrestres y el potente telescopio espacial James Webb serán fundamentales para buscar material intacto debajo de la superficie irradiada del cometa.
Como dice acertadamente Cyrielle Opitom, de la Universidad de Edimburgo: “Nos esperan unos meses muy emocionantes”. El futuro ofrece una ventana crucial para comprender si el viaje cósmico de 3I/ATLAS ha dejado sus secretos intactos o irrevocablemente alterados.





























